Hoy quiero escribir sobre un tema que
me parece muy delicado y necesario a la vez. Es una percepción que parte de mi experiencia personal y me toca profundamente, así que voy a poner toda mi atención en ser lo más objetiva posible.
Todo empieza por una sensación que me
ha acompañado en algunos proyectos educativos, y también en las escuelas de meditación de las que he formado parte. Digamos que lo percibo de forma más intensa en proyectos que
quieren manifestar un ideal en el mundo, y se puede dar también
cuando uno intenta ser el padre o madre perfecto. Se trata del olvido
de uno mismo.
Cuando nos mueven grandes ideales, a
veces nos olvidamos de nuestras propias necesidades, y ponemos por
delante todo lo que necesita el proyecto. En ocasiones, ponemos estos
ideales por delante de nuestra familia, nuestras fuerzas, nuestra
economía, nuestro descanso y nuestra salud.
Y, precisamente, es esto lo que hace
que no podamos estar verdaderamente presentes y manifestar ese ideal
en el mundo.
Es esa madre o padre que siente que
tiene que estar presente a todas horas y responder a todas las
demandas de su hijo, que no se puede permitir que nadie le ayude, ni
abuelos, ni tíos, ni amigos, y acaba sin energía y dando a su hijo
una presencia a medias y más de un grito por agotamiento.
Es ese maestro que se reúne con todos
los padres y maestros que lo necesitan, llegando a casa a las tantas,
sin poder atender a sus propios hijos, levantándose de madrugada
para preparar las clases y llegando al aula con pocas horas de sueño
y cierto malhumor interior.
Somos todos nosotros, cuando por un
ideal abandonamos a tiempo completo el cuidado de nosotros mismos.
Es más, cuando alguien elige vivir su
vida de esta manera dentro de un proyecto, no suele entender que el
resto de personas no elijan vivir así, y si estamos hablando de un
proyecto solidario o humanitario, hay todavía más presión
institucionalizada para sentir que uno debe vivir así.
Y todavía puede ser más difícil si
son los responsables de esos proyectos los que ven la vida de esta
manera, pues tenderán a exigir a sus subordinados que también se
entreguen de la forma que ellos lo hacen.
Esto lleva al síndrome del profesional
quemado, que seguramente no se llama exactamente así, pero se
entiende de forma muy gráfica. Y también lleva a que grandes
profesionales, con mucho que aportar, abandonen un proyecto, o a que
el propio proyecto fracase.
Me apena ver cómo grandes proyectos y grandes personas acaban dejando su vocación por haber olvidado el cuidado de si mismos o de las personas que forman parte del proyecto. Al poner por delante los objetivos y necesidades del proyecto se deja de tener en cuenta a las personas, que son el verdadero motor y fuerza del mismo, y esto acaba revertiendo de forma negativa en el propio funcionamiento del proyecto... Y aunque lo estoy enfocando a proyectos educativos, lo mismo sucede como decía antes, en la paternidad... A más desgaste, menos presencia y menos capacidad para acoger la necesidad del otro de forma amorosa, si yo no me sé cuidar, ¿cómo voy a cuidar de otro?
Me apena ver cómo grandes proyectos y grandes personas acaban dejando su vocación por haber olvidado el cuidado de si mismos o de las personas que forman parte del proyecto. Al poner por delante los objetivos y necesidades del proyecto se deja de tener en cuenta a las personas, que son el verdadero motor y fuerza del mismo, y esto acaba revertiendo de forma negativa en el propio funcionamiento del proyecto... Y aunque lo estoy enfocando a proyectos educativos, lo mismo sucede como decía antes, en la paternidad... A más desgaste, menos presencia y menos capacidad para acoger la necesidad del otro de forma amorosa, si yo no me sé cuidar, ¿cómo voy a cuidar de otro?
En el caso de los maestros, a veces
intentamos que los niños hagan de todo, una obra de teatro, doce
excursiones al año, los más complejos y elaborados regalos del día
del padre y de la madre, celebrar el carnaval y todas las fiestas
locales con ellos, y, en el camino, con tanta actividad, perdemos el
norte, perdemos la mirada presente, perdemos ese recreo al sol en el
que te sientas al lado de un alumno a compartir simplemente la
compañía mutua, un pensamiento, una percepción, un chiste, una
sonrisa... perdemos el tiempo para ofrecer una verdadera escucha, que
es lo que el alma necesita para florecer... y todo lo demás muchas
veces son distracciones que nos apartan de lo esencial.
Como pensamiento final, me gustaría
decir que creo posible manifestar un ideal cuidando de todas las
personas que lo forman, atendiendo a sus necesidades, ofreciendo una
posibilidad de vida plena, con experiencias positivas que provoquen
un estado de ánimo lleno de energía y entusiasmo, que sume al
proyecto, que cree un ambiente de trabajo positivo donde todo es
posible, donde la productividad aumenta en calidad y donde toda la
comunidad rebosa cariño, comprensión y presencia. Y esto es
posible aprendiendo a desarrollar la empatía, el cuidado de uno
mismo y del otro y la responsabilidad de cada uno.
Sara Justo Fernández