En
cualquier situación de aprendizaje, sea en casa, en la escuela o en
cualquier otro lugar, es imprescindible una relación de confianza y
escucha entre los implicados. Si yo no respeto ni escucho a la
persona que tengo en frente es imposible que aprenda nada de ella, y
viceversa.
Según
mi parecer, esto está ligado al concepto de autoridad, entendiendo
la autoridad como esa cualidad que tienen ciertas personas que hace
que sean escuchadas, respetadas y queridas por lo que son, que
transmite confianza y seguridad y hace sentir a aquellos que las
rodean valiosos y amados.
Es
de este tipo de autoridad del que voy a hablar aquí, pues es un tema amplio que causa mucha
confusión y también sufrimiento, a grandes y pequeños, y me
gustaría aportar un poco de luz al respecto.
En este artículo quiero compartir con vosotros las actitudes que necesitamos adquirir para generar
este vínculo sano, que nace de la confianza. El desarrollo de estas cualidades es una carrera de fondo, no es algo que se consiga en un
día, pero si podemos tenerlas presentes y practicarlas una a una,
nuestra manera de estar con los niños cambiará y poco a poco
conseguiremos integrarlas en nuestra consciencia diaria.
1.
Confía en ti mismo. Si no confías en ti mismo es muy difícil que
los demás confíen en ti. Investiga, observa, aprende, y toma tu
decisión. No tengas miedo a equivocarte ni a rectificar, todos nos
equivocamos, pero sólo las personas seguras son capaces de
admitirlo, reírse de si mismos y cambiar, pues su valía no está en
ser perfectos sino en existir y actuar desde el amor.
2.
Sé consistente; que tus respuestas sean coherentes y tus límites
claros. Si no se puede gritar en el salón cuando mamá está
durmiendo, no se puede ni hoy ni mañana. Esto no quiere decir que no
se cambien ciertas normas tras una reflexión razonada o que nunca
haya excepciones. Las hay, pero que las excepciones no se conviertan
en la norma. Tampoco quiere decir que no se escuchen las propuestas
de los demás, es posible que apunten algo que tú no has visto y que
lo quieras acoger y cambiar.
3.
Cuando sea posible, observa antes de intervenir, intenta tener toda
la información antes de tomar una decisión sobre algo o mediar en
un conflicto. Para evitar reacciones impulsivas que no tienen vuelta
atrás, respira profundamente varias veces antes de actuar. No dejes
que los prejuicios, o las cosas que han sucedido con anterioridad
influyan en tu objetividad, escucha como si fuera la primera vez.
4.
Respeta profundamente a los niños. Cuida la manera en la que te
diriges a ellos. Ten cuidado a la hora de corregir los errores,
intenta que se den cuenta por si mismos y hazlo en privado, no
delante de los demás. Es mucho más difícil asumir una equivocación
en público. No juzgues sus actitudes ni sus rasgos personales, sólo
expresa las consecuencias de sus acciones o lo que producen en los
demás: lo ideal sería ser capaz de no juzgar ni etiquetar ni
siquiera en nuestro pensamiento, y si lo hacemos, darnos cuenta y
cambiarlo. Que una persona haga algo una o mil veces no excluye la
posibilidad de que deje de hacerlo o lo haga de un modo diferente en
el futuro, confiar en que los cambios son posibles, especialmente en
los niños.
5.
Respétate. Cuídate, descansa, no des más de lo que puedes dar, no
alargues tus noches para preparar algo para los niños que después
te hará estar poco presente y malhumorado, conócete, conoce tus
límites, tus necesidades, lo que te hace feliz, y compártelo con
ellos. Esto incluye cuidar también tu esfera personal, tus
relaciones, tus aficiones, tu familia: si has perdido estos espacios
personales, todo el peso de tu felicidad está sobre los niños, ya
sean tus alumnos o tus hijos, y esto es una carga muy difícil de
llevar.
6.
Permítete ser humano. Nos equivocamos, nos enfadamos, tenemos un mal
día, juzgamos, perdemos los nervios... todo esto sucede, y cuando
sucede, lo podemos utilizar para mostrar humildad y pedir disculpas.
Esto nos hace evolucionar y es un gran ejemplo para los niños.
7.
Escucha las propuestas y las ideas de los demás y toma tú la
decisión. Eres el capitán del barco. La decisión es tu
responsabilidad. Si dejas las decisiones en manos de los niños
también estás dejando la responsabilidad en sus manos, y esto es un
gran peso para ellos. Por supuesto, estamos hablando de niños
pequeños y de decisiones importantes. Conforme van creciendo se
pueden ir delegando ciertas cosas, adecuadas a su edad y a su
capacidad de ser responsables.
8.
Prepárate para estar presente y totalmente consciente. Los niños
necesitan tu presencia, si se sienten vistos y escuchados, no
necesitarán llamar tu atención. Regálales ratos de atención
plena. Habrá muchas ocasiones en que tengas que hacer otras cosas
mientras estás con ellos, intenta que también ellos tengan cosas
que hacer en esos momentos, que sean autónomos y que sepan que en
ese momento necesitas un tiempo para ti. Es muy importante no estar a
medias: te ayudo con las tareas mientras contesto un email del
trabajo, o preparo la lección siguiente. Esto es contradictorio y
crea mucha frustración a ambos. Pide ayuda, que las personas de tu
entorno también cubran estos momentos de presencia plena.
9.
Mira en tu interior. Con valor y honestidad, hazte consciente de lo
que proyectas sobre los niños y sobre ti mismo como adulto a cargo
de su educación. Esto no es nada fácil de ver, pero si observas que
las situaciones que se dan con los niños te crean emociones extremas
y te recuerdan a tu infancia, algo pasa. Desentierra con cuidado tus
heridas y sánalas. Es valioso pedir ayuda, una mirada amiga puede
darte un punto de vista objetivo, para que puedas recoger lo que es
tuyo y vuelvas a mirar la situación con otros ojos.
10.
Observa qué relación tienes con la idea de la autoridad, qué
experiencias pasadas influyen en tu perspectiva y qué creencias
habitan en tu entorno cercano. Recuerda que hay una manera sana y
amorosa de entender la autoridad y que, sin capitán, el barco no
llega a su destino.
Si
empezamos a tener presente todo esto, no sólo conseguiremos un
vínculo sano de confianza con los niños, sino también una nueva
forma de relacionarnos con los que nos rodean e incluso, con nosotros
mismos.
Sara Justo Fernández