Últimamente
tengo la sensación de que la infancia pierde terreno a favor de una
adolescencia eterna. Para mí, la infancia es esa etapa de la vida en
la que estamos completamente presentes, conectados con nuestras
emociones, con la naturaleza, con la magia del mundo, llenos de
inocencia, donde la ironía y el sarcasmo no tiene cabida, donde todo
se aprende mediante la experiencia directa.
En
el artículo anterior hablaba sobre cómo la era de la información
influye en la infancia actual, adelantando el desarrollo del pensar
intelectual y acortando el tiempo de la niñez. Hoy quiero hablaros
sobre otros factores que influyen fuertemente en este acortamiento de
la infancia, y que están relacionados con algunos cambios que se dan
en la manera en que enfocamos la crianza.
Quizá
porque no nos dieron voz ni voto de pequeños, queremos compensarlo
con nuestros hijos, y continuamente les preguntamos qué quieren.
¿Dónde quieres que vayamos esta tarde? ¿Qué quieres comer? ¿Cómo
quieres vestir? ¿Qué película quieres ver?
Los niños empiezan a sentir que son ellos quienes deciden, y los padres pasan a ser las personas que cumplen sus deseos, en vez de ser aquellos que toman las decisiones y llevan el timón. Ponemos nuestra responsabilidad sobre sus hombros antes de tiempo y les pedimos que tomen decisiones sobre cosas que todavía no conocen, pensando que esto va a favorecer su autonomía.
Dar a los niños la responsabilidad de decidir constantemente los coloca en el lugar del adulto y los saca de la experiencia viva, del presente, de su cuerpo y su sentir, llevándolos a la mente, a la decisión.
Y ellos eligen, y se convierten en pequeños tiranos que no aguantan ningún tipo de contrariedad, que se frustran ante cualquier contratiempo y que no aceptan las decisiones de los demás. Cuestionan la autoridad de padres y maestros, dudan de nuestros conocimientos y no confían en nuestros consejos, pues... ¿qué consejos puede dar alguien que siempre nos está preguntando qué queremos hacer?
Y esta falta de confianza crea soledad en el niño. Un exceso de responsabilidad, un peso en su alma.
Los
niños dejan de ser niños antes de tiempo y se convierten en adultos
pequeños, que probablemente más adelante se lleven mal con los
compromisos y las responsabilidades, pues de algún modo se evaporó
antes de tiempo aquella época dorada.
Es
interesante observar cómo es precisamente esa época la que echamos
de menos cuando nos zambullimos en el estrés de la vida actual,
cuando sentimos el agotamiento y la falta de conexión con nosotros
mismos. Es entonces cuando buscamos un camino en forma de cursos de
meditación, yoga o mindfulness, por ejemplo, para regresar a ese
estado de presencia que perdimos en la infancia.
Y es desde ahí desde donde podemos tomar conciencia de la necesidad de los niños de ser niños, de la importancia de que sea el adulto el que tome las decisiones, de lo primordial que es reservar el desarrollo de lo intelectual para el momento justo.
Cuando escuchamos a los pequeños con cariño y luego tomamos nosotros las decisiones, cuando pensamos en qué es lo que necesitan en vez de en qué nos están pidiendo, cuando somos capaces de decir "no" y darles lo que pensamos que es lo mejor, los niños descansan. Los niños confían. Los niños respiran. Y quizá se quejen y digan: "Cuando sea mayor yo haré esto o aquello..." Y estará muy bien así.
Y cuando vayan creciendo y empecemos a permitir que tomen sus propias decisiones, se les abrirá el cielo, y serán verdaderamente responsables y coherentes en sus elecciones. O por lo menos tendrán las herramientas necesarias para conseguirlo algún día.
Cuánta coherencia siento en tus palabras. Gracias por compartir y dar luz para que los niños puedan ser lo que son, niños. ��
ResponderEliminarMuchas gracias, Almudena. Un abrazo
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