El acceso a la información y la intelectualización del pensamiento a edades muy tempranas ha producido en la infancia grandes cambios. Cada vez se acorta más el tiempo en que los niños viven en su propio mundo infantil, inocente, lleno de seres mágicos, de hermosos y disparatados pensamientos sobre las cosas de la vida, de confianza, de presencia absoluta.
Ya sea a través de la televisión, internet o diferentes programas formativos enfocados al desarrollo de la capacidad intelectual, cada vez es menor la edad en la que los niños acceden al aprendizaje de conceptos formales. Me refiero en este caso a conceptos abstractos que no tienen relación con la experiencia directa ni con la vida cotidiana de los niños.
Al darse este aprendizaje intelectual adelantado, las fuerzas que el niño necesita para crecer y formar su cuerpo y su salud se utilizan para desarrollar el pensar. Un pensar puramente teórico que no está basado en sus propias experiencias, si no en las de los demás. Un pensar prestado.
Y, lo más grave es que estos aprendizajes se dan en lugar del juego libre, del movimiento físico, de aquel aburrimiento que es el vacío en el que se da la imaginación de los más grandes inventos, el acicate para el desarrollo de la motivación interior, el descubrimiento de nuestros tesoros más ocultos.
Los niños crecen sentados horas y horas delante de las pantallas, el movimiento queda reducido a pequeños momentos del día, crece la hiperactividad y los trastornos del desarrollo. Aumentan las dificultades de aprendizaje, aumenta el estrés y los niños tristes. Aumentan los conflictos en las aulas y en los hogares.
Y, aunque este artículo va dedicado a la infancia, es muy fácil comprobar los efectos de este exceso informativo en nosotros mismos.
Con el móvil permanentemente en la mano, atrapados en las redes sociales o buscando información, nos perdemos en este maremágnum informativo. Empezamos buscando quién ha ganado el Oscar a la mejor película y acabamos leyendo sobre la importancia de introducir oligoelementos en nuestra dieta. Nuestra capacidad de prestar atención de forma sostenida sobre un tema disminuye a pasos agigantados. Y luego nos extraña que los niños no sean capaces de concentrarse.
Quizá el tema de las adicciones a las pantallas escapa a la intención de este texto, pero no puedo más que describir la importancia de ser conscientes de nuestra dependencia y de aprender a utilizar estos nuevos recursos de un modo eficaz que nos haga más libres en vez de más dependientes.
Y, si nosotros mismos somos capaces de ver el efecto que tiene un paseo de varias horas en la naturaleza, desconectados de las pantallas, quizá seamos también capaces de entender mejor qué está pasando con la infancia, y cómo actuar para que los niños sean capaces de permanecer conectados a si mismos, y darles la oportunidad de tener experiencias plenas, fuera de la realidad virtual, donde hay un mundo lleno de vida esperando a ser descubierto.
Sara Justo Fernández
Maestra WaldorfFormadora de maestros, especialista en pedagogía Waldorf.
http://www.sarajusto.com/
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