Recuerdo
ver a dos niños jugar a asustarse, uno se tapaba con una sábana, la
levantaba y decía: ¡Uh!, la otra niña se reía y tomaba su turno
para hacer lo mismo. Estuvieron así durante horas, riendo sin parar.
La
educación tradicional y el estilo de vida de hoy en día suele
acabar con esta presencia. Es un mundo de objetivos, fichas,
evaluaciones, exámenes… Como si hubiera una carrera que ganar,
algún sitio al que llegar, raudos y veloces, sin tiempo para sentir
ni disfrutar del camino, sin tiempo para asimilar las experiencias y
los conocimientos. Desde los tres años ya tienen que ir bien en
inglés, aprender a tocar el violín y empezar con actividades
extraescolares, ir de excursión y salir del nido materno, incluso a
dormir fuera.
Y
los niños se adaptan a todo, si les exigimos todo esto, intentarán
conseguirlo, y así se convierten en pequeños hombres y mujeres de
negocios, estresados por su productividad y por llegar a donde se les
requiere.
Qué
diferente es cuando se les permite jugar todo lo que quieran durante
su primera infancia, sin prisa. Cada paso es único y requiere toda
la atención, se desarrolla la concentración, la fuerza de voluntad,
la vivencia de su propio cuerpo físico, y no sólo de su mente. El
desarrollo físico está completamente ligado al desarrollo de
nuestras capacidades de aprendizaje; cuando un niño no se ha movido
lo suficiente en sus primeros años de vida, no consigue inhibir
reflejos que luego obstaculizan su aprendizaje y se convierten en la
causa de su fracaso escolar.
Si
fuéramos capaces de permanecer con ellos en el presente, en vez de
pasarnos el día exigiéndoles rapidez, diciéndoles lo que haremos
el día siguiente, la semana siguiente o el año siguiente…
Aprenderíamos con ellos a olvidar el estrés y ser más capaces de
resolver nuestros problemas con concentración y total presencia.
Es
la forma más sencilla y eficaz de estar presente, ser un niño. En
vez de intentar hacer de ellos pequeños adultos, podríamos empezar
a observarles con cariño, tiempo y empatía y descubriríamos qué
es lo que verdaderamente necesitan, qué es lo que les sienta bien…
y los niños crecerían sanos y felices.
Y
quizá nosotros también.
Artículo
publicado por Misait
Sara Justo FernándezMaestra Waldorf
Formadora de maestros, especialista en pedagogía Waldorf.
http://www.sarajusto.com/